lunes, 10 de octubre de 2022

Despensa (Relato)

 



  

          “Para sobrevivir como especie, a la larga debemos viajar hacia las estrellas”. Sin duda alguna, es una gran frase. Se la debemos a Stephen Hawking, uno de los mejores científicos de la historia. La humanidad, tenía que abandonar la Tierra y el siguiente paso, era el espacio. Me pregunto, qué diría ahora Hawking, ya que salir a colonizar nuestro sistema solar, fue lo que precipitó la aparición de los Orloks.

 

            —¡Eh! ¿Me oís? Tengo hambre —Golpeé con la bandeja vacía de la comida, contra la puerta metálica de la celda.

            Al cabo de unos instantes, se abrió una pequeña trampilla en la pared trasera, con otra bandeja de comida, llena a rebosar. Afortunadamente, estos sucios alienígenas, no me quieren matar de hambre. Claro que, la comida no es muy deliciosa. Es una especie de espaguetis, excesivamente cocidos, blandos e insípidos, aderezados con un líquido de color negro, que tiene cierto regusto a mentol. Al final, he terminado por acostumbrarme.

 

            Todo empezó después de estrenar la quinta base marciana.  La verdad es que no nos iba mal del todo. No se podía decir, que los asentamientos fuesen autónomos, pero ya producíamos la suficiente energía para cubrir nuestras necesidades, y en los invernaderos, las primeras verduras crecían extraordinariamente bien. En el séptimo año de colonización, un equipo de exploración encontró una cueva, al pie del Valles Marineris. En su interior, hallaron restos de una antigua civilización. Objetos tecnológicos, cuyo uso no podíamos ni imaginar, aparecían semi enterrados en el polvo marciano que conseguía entrar, gracias a las tormentas. Rápidamente, se formó un equipo para investigar estas reliquias, formado por el astrofísico Simon Wiesner; la Dra. Sanabria, bióloga; y para la parte de ingeniería electrónica, me incluyeron a mí, Mark Tandus.

 

            Las investigaciones fueron, siendo sincero, bastante mal. No nos llevábamos bien entre nosotros, y eso, al final, repercutía en el desarrollo de nuestro trabajo. Supongo, que todos queríamos ser la primera persona en descubrir algo importante, y pasar así, de ser unos científicos anónimos, a entrar en los libros de historia. También, he de decir en nuestro favor, que no contamos con mucho tiempo para estudiar estos artefactos. En la tercera semana, mientras manipulaba uno de estos dispositivos, se activó, proyectando unas ondas de radio tremendamente potentes. Al cabo de siete días, aparecieron los Orloks.

 

            Les llamamos así, por la semejanza con el personaje creado aparecido en la película de F. W. Murnau, Nosferatu, e interpretado por Max Schreck. Una raza humanoide, calva, con largos y desproporcionados brazos, y con los característicos dos colmillos en la parte superior de su dentadura, solo les faltaba disponer de unas pobladas cejas y vestir sobriamente para semejarse por completo, al vampiro. Aunque, en honor a la verdad, no se alimentan de sangre humana, al menos, que sepamos. De hecho, desconocemos su alimentación. Sobre lo que no hay duda, es de que es una especie inteligente, algo obvio, ya que dominan el viaje interestelar, no como nosotros, que estamos limitados a una pequeña parte de nuestro sistema solar.

 

            Una gran nave en forma de puro apareció en los cielos de Nueva York, justo encima de la sede de la ONU. Minutos más tarde, gracias a una pequeña nave lanzadera, se presentó una pequeña comitiva compuesta por cuatro de estos seres. El revuelo que se formó, fue excepcional. De inmediato, se improvisó un grupo diplomático que nos representase a los humanos. Las televisiones de todo el planeta conectaron en directo, para el momento en que, por primera vez en la historia, iniciáramos un contacto con otros seres inteligentes, venidos de otra parte del universo. La doctora Anne de Rohs, una de las diplomáticas seleccionadas para el apresurado encuentro, era especialista en lingüística. Fue la encargada en hablar con estos seres, y mediante gestos, hacerles pasar al interior del edificio.

 

 

            En cuanto llegaron a una pequeña sala de conferencias, abarrotada de medios de comunicación, la doctora Rohs, comenzó su discurso de bienvenida. Otra muestra de la inteligencia de estos seres extraterrestres, es la habilidad comunicativa de la que hicieron gala, interrumpiendo la alocución de la doctora, y expresando en un perfecto inglés, los motivos de su visita: necesitaban mano de obra para trabajos en su planeta de origen. Así, sin más, sin nada a cambio. La humanidad tenía veinticuatro horas para rendirse y, ofrecerles un millón de seres humanos, al menos, para empezar. De lo contrario, empezarían arrasando nuestras colonias en Marte y en la Luna, para, después, llevar la guerra hasta la Tierra. El mutismo que se produjo a continuación fue sobrecogedor. Hasta que un miembro del séquito terrestre, coronel del ejército norteamericano, rompió aquel silencio con un estruendoso disparo, en la cabeza del extraterrestre que hacía unos segundos, nos había lanzado aquel ultimátum.

 

            Al cabo de unos días, una gran flota arribó a nuestro sistema. Lógicamente, cumplieron sus amenazas. La humanidad había vuelto a la cuna de la civilización, otra vez, estábamos constreñidos a nuestro planeta, ya que perdimos todas las colonias. Debo decir, que solo mataron a una pequeña minoría, la justa para hacerse con el control. Después nos llevaron presos a sus naves. Desconozco cuanto tiempo hace de estos hechos. Estoy solo en esta celda, y no sé qué ha sido de mis congéneres. Supongo, que sigo de viaje con destino a la esclavitud.

 

            Algo ha sucedido. Las luces que yo creía sempiternas, se apagaron. Al cabo de un rato, la celda se iluminó en rojo. Debe ser el color universal de algo que no va bien. La puerta de la celda, se abrió.

            —Humano, debes acompañarme, —el Orlok tomó mi muñeca, y me puso una especie de esposas de energía, y rodeó la suya en el otro extremo— la nave va a estrellarse.

            —¿Y si me niego?— Todavía conservaba algo de orgullo.

            —Entonces morirás sin remedio—. Contestó.

            —De acuerdo. ¿A dónde vamos?

            El Orlok me arrastró sin dar más explicaciones, y salimos a un corredor oscuro, donde por lo poco que pude ver, el caos imperaba. Humanos libres de sus celdas corrían sin un destino concreto. Algunos Orloks trataban de detenerlos, y otros simplemente huían hacia el extremo del corredor. Nosotros fuimos en esa dirección. Cuando abandonamos la zona de las celdas, me dejé llevar hacia una zona atestada de estos alienígenas, que, de igual modo, llevaban a otros compatriotas terrestres. A empujones y de malas maneras, mi captor consiguió llegar hasta la primera fila. Entró en una pequeña estancia y tiró de mí con tal violencia, que casi me arranca el brazo. Al instante, pulsó un botón y se cerró el compartimento. Nos sentamos y del techo descendió una especie de red que nos apretó contra los asientos, impidiendo nuestro movimiento. Al cabo de un segundo, noté unas fuertes vibraciones. ¡Estábamos en una cápsula de escape!

 

 

            Nos estrellamos en la superficie de un planeta al cabo de unas horas de viaje. Afortunadamente, la red fue suficiente protección para el impacto. Salimos al exterior, y el Orlok, que hasta ahora se había mostrado sereno, se puso a emitir unos extraños gimoteos. Consultaba un panel incrustado en la manga de la armadura.

            —¿Qué ocurre?— Pregunté.

            —No sé qué planeta es este. Es desconocido para mí.

            —Pero... ¿Cómo es posible?

            —Hubo una explosión a bordo, desconozco el motivo o la causa. Andando —y dio un fuerte tirón que me impulsó a ponerme en marcha.

 

            Caminamos sobre un manto de vegetación de color rojizo, de una textura similar al algodón. Las gotas de rocío mojaban levemente mis pies, ofreciéndome una sensación de frescor al caminar. Olía a una mezcla de ozono y pino, algo curioso, ya que no se divisaba árbol alguno. El paisaje extraterrestre se encontraba en penumbra, pues se divisaba un sol en retirada, casi en la línea del horizonte. A unos pocos kilómetros, la planicie se interrumpía drásticamente por culpa de una cadena montañosa. La montaña más cercana, tenía unas escarpadas laderas, de ascenso muy complicado. Por suerte, en la parte inferior encontramos unas cuevas. Nos adentramos en una de ellas, y el Orlok iluminó el interior gracias a un dispositivo de su traje. Era muy pequeña, aunque para resguardarnos los dos, había espacio más que de sobras. Las paredes estaban decoradas con una especie de glifos, en una gama de colores terrosos. Eso nos indicó que en algún momento había estado ocupada.

            —¿Puedes quitarme esto? —Dije señalando las esposas de energía—. No voy a escapar, aquí no parece que haya a dónde ir, ¿no crees?

            El Orlok asintió con la cabeza, después de observarme por un largo tiempo, como estudiando la situación. Me rasgué la camiseta para obtener una tira de tela, con la que envolví mi muñeca adolorida. Como me sentía terriblemente cansado, me estiré como pude en el duro suelo de roca, y me dormí.

 

            Me desperté con un sobresalto, al notar la apestosa mano del Orlok tapándome la boca.

            —No hagas ruido —susurró.

            —¿Pero qué diablos...?

            Varias figuras no muy estilizadas aparecieron en la entrada de la cueva. Se acercaron directamente hacia nosotros, y el Orlok abrió fuego con su arma. Los proyectiles impactaron directamente en el torso del ser que estaba más cerca de nosotros, pero no le ocasionaron herida alguna. Eran seres de gran altura y de complexión fuerte. Eran bípedos y de aspecto humanoide, pues disponían de dos largas piernas y de dos fuertes brazos, terminados en unas manos de siete dedos. Despedían un fuerte olor animal, ocre y sucio. Estaban completamente cubiertos de un pelo grueso, negro a franjas anaranjadas. De un manotazo desarmaron al Orlok y, utilizando unas rudimentarias cuerdas, nos hicieron prisioneros.

 

 

            Nos obligaron a marchar durante toda la mañana, sin permitirnos descansar. A primera hora de la tarde, arribamos a un bosque. Caminamos durante un par de horas, hasta que llegamos a un poblado. De la parte trasera de la villa, nos llegaba un rumor de agua. Estaba sediento, y hubiese dado la mitad de los años que me restaban de vida, por beberme un buen vaso. Nos metieron en una jaula hecha de gruesos troncos, y afortunadamente, nos dieron de beber. Una especie de vaso de arcilla, contenía un líquido turbio, pero que no dudé y lo bebí con avidez. El Orlok, accionó un dispositivo del traje, de la parte pectoral derecha, salió un fino láser de color azul, con el que trató de cortar los troncos, en un fútil intento de escapar del cautiverio. Uno de estos seres se apercibió de las intenciones y entró rápidamente en la jaula y con un fuerte tirón, arrancó la armadura de combate, dejando a mi ex captor completamente desnudo. Lanzó la armadura fuera, y nos dio un manotazo a cada uno, dejándonos algo aturdidos en el suelo de la prisión. 

 

            Al día siguiente, una suave brisa refrescaba el ambiente del día que recién se iniciaba. Del centro del poblado, una columna de humo negro ascendía hacia el cielo, y perfumaba el aire con el olor a madera. Me hizo recordar mi niñez, en las cálidas noches de invierno, sentando enfrente de la chimenea, leyendo cómics de aventuras. Mi compañero de cautiverio, despertó de mal humor, y no tenía muchas ganas de conversación. Pero había algo que me reconcomía en mi interior, y necesitaba poner algo de luz en esa cuestión.

            —Necesito saber una cosa —le miré fijamente, tratando de no mostrar la repulsión que me producía su cara—. ¿Por qué me salvaste? En medio del caos que reinaba en la nave, pude ver, además, como algunos de los tuyos salvaban a mis congéneres, al igual que hiciste tú. ¿Por qué salvar antes a un humano, que a uno de vosotros?

            —Déjame en paz —se dio la vuelta y se sumió en un mutismo durante gran parte del día.

 

            En la tarde, unas oscuras nubes aparecieron por el oeste, y poco a poco avanzaban hacia nuestra posición. Con ellas llegó un viento húmedo, que provocaba pequeños remolinos de arena en la plaza. Había cierta agitación en el poblado. Por todas partes corrían estos peludos y grandes seres, portando grandes lonas de piel. Desde la celda, observé que levantaban una rudimentaria carpa, utilizando largos postes a los que previamente habían unido los toldos. Supuse que estaban siendo previsores, por si las nubes finalmente descargaban lluvia. Esperaba que al menos una de las lonas fuese para tapar la jaula, pues como se pusiera a llover, quedaríamos completamente empapados. Pero no fue así, a estos primitivos seres, les daba completamente igual nuestra situación. No nos dieron nada de comer, y cuando empezó a anochecer, nos acercaron un cubo con aquella agua mugrienta. No me lo pensé y me puse a saciar mi sed. El Orlok continuaba sin hablar, sentado con la espalda apoyada en los barrotes de la parte trasera de la jaula.

            —Bebe un poco, —le acerqué un pequeño cuenco con agua— te sentará bien.

            De mala gana, el extraterrestre aceptó el ofrecimiento.

            —¿Qué crees que nos ocurrirá? —Preguntó.

            —No lo sé, aunque dudo que nos dejen libres, al menos por el momento.

            —No puedo comunicarme con ellos, y eso me hace sentir... fracasado, como diríais los humanos.

            —No he visto que conversen entre ellos.

            —Por eso, son tan primitivos, que aún no tienen un lenguaje. Su comunicación es a base de gruñidos.

            —Tengamos paciencia. Puede que, más adelante, tengamos alguna oportunidad de escapar —comenté.

            Esas fueron las últimas palabras que crucé con el Orlok antes de echarme a dormir.

 

            Al día siguiente, el día amaneció con un cielo sucio y gris. Al menos el viento había cesado, y por fortuna, finalmente no llovió. De nuevo hubo agitación en el poblado. Retiraron la improvisada carpa, permitiendo que el humo retornase a su forma habitual de columna. El aire estaba impregnado con la fragancia de la madera quemada. Mi compañero de celda no tardó en despertar. Supongo que el cautiverio favorece el insomnio. Estaba muy nervioso, pues estaba sudando. Todo él estaba cubierto por una pátina de color naranja brillante, y despedía un olor realmente apestoso. Debía ser la última hora de la mañana, cuando en la puerta aparecieron cuatro de estos seres. Abrieron y nos ataron de pies y manos. Una cuerda ceñida al cuello, servía para hacernos avanzar. Caminamos entre chozas y lo que parecían pequeños almacenes, y llegamos al centro del poblado. El Orlok se dio la vuelta e inútilmente trató de echar a correr. El gran peludo se limitó a dar un fuerte tirón de la cuerda, y mi compañero cayó estrepitosamente de espadas. Yo todavía estaba demasiado impactado como para hacer algo. En el centro de la plaza, había dos braseros enormes, y por fin, quedaron despejadas las intenciones de estos primarios humanoides. Nos ataron a un poste y nos pusieron encima de estos hornillos.

            De inmediato, empecé a sentir como el calor me iba abrasando la espalda. Me giré para observar la cara de horror del Orlok.

            —¡Eh! —Le grité para llamar su atención—. Ahora que nuestro destino está fijado, y además, lo vamos a compartir, contéstame: ¿Por qué me salvaste en la nave? Alguna razón habría para que salvaseis a humanos en vez de a los de vuestra especie.

            —Despensa.

            —¿Cómo dices? —No entendí muy bien.

            —Comida. Eras mi despensa.

            —Pero...

            —Nosotros no necesitamos mano de obra. Lo único que escasea en nuestro planeta, es la comida: sois nuestro alimento.

            Dicho esto, empezó a gritar de forma horrible, pues las brasas ya le estaban quemando la espalda. Al escuchar los alaridos, uno de los primitivos se acercó a él, y con un rudimentario garrote, le golpeó fuertemente en la cabeza. Desconozco si lo mató, o si solo le dejó sin sentido. Sea como fuere, al cabo de poco tiempo, fui yo el que empezó a quemarse. Noté que mis ligaduras me permitían cierto movimiento. Miré a mi alrededor, y nadie me prestaba atención. Así, que comprobé hasta donde podía moverme, conteniendo el dolor palpitante de la espalda. Agarré el poste horizontal con las manos, y con un brusco movimiento rotando todo mi cuerpo, conseguí sacarlo de los palos que lo sostenían, cayendo de lado en las brasas. No solo me quemé al instante, también las cuerdas ardieron y me permitieron liberarme. Eché a correr como jamás lo había hecho, sin prestar atención alguna al dolor de las plantas de los pies, que estaban llenos de ampollas, al igual que buena parte de mi costado derecho. Ya tendría tiempo de curarlas, si conseguía salir con vida. Me faltaban cincuenta metros para salir del poblado y adentrarme en el bosque, cuando escuché una algarabía de gruñidos detrás de mí. No me giré y seguí corriendo tratando de poner la mayor distancia posible entre mis perseguidores. Estaba a punto de llegar al bosque cuando apareció en el cielo una lanzadera Orlok. De inmediato se pusieron a disparar contra los seres primitivos, que no tuvieron ninguna oportunidad. Fue una auténtica carnicería. Una vez despejaron el campamento, la lanzadera se posó con suavidad, levantando una leve polvareda. Supuse que la armadura de combate tenía algún tipo de localizador.

 

 

            En décimas de segundo debía tomar una decisión: huir adentrándome en el bosque, sin saber si sería capaz de sobrevivir en este mundo alienígena, o someterme de nuevo al cautiverio, sabiendo cuál sería el destino que me esperaba, y no era otro que el mismo del cual acababa de escapar. Varios Orloks saltaban ya a tierra, con sus armas preparadas. Me di la vuelta y en el momento en el que eché a correr, sentí un fuerte latigazo en mi maltratada espalda, que me hizo caer de bruces. Traté de levantarme, pero mi cuerpo no respondía a las órdenes que le enviaba mi cerebro. Un Orlok me levantó y desconectó el lazo paralizante, con el que había frustrado mi escapada. Me puso unas esposas de energía, y mientras que un compañero suyo, rescataba el cadáver de mi camarada de confinamiento, me subió a la lanzadera.

 

            He perdido algo más que la noción del tiempo. Me he negado a comer nada, y debo haber bajado más de quince kilos. Si van a darse un banquete conmigo, espero que, para entonces, solo sea piel y huesos. 



                                                                    FIN





            La comida sirve para suministrar la energía necesaria a las células del cuerpo y ejercer las funciones de materia prima para el crecimiento, la restauración y el mantenimiento de los tejidos y órganos vitales. Y así será para cualquier tipo de vida que podamos encontrar fuera de nuestro planeta. Será curioso saber, qué es lo que comen otros seres no terrestres. De hecho, estoy seguro de que, para los científicos, será una de sus prioridades. ¿Se alimentarán de hidrocarburos? ¿De otros seres? ¿O tal vez de gases? En 2004, National Geographic entrevistó al físico Stephen Hawking, el cual dijo que un posible contacto con alienígenas "sería un desastre". ¿Y si nos viesen como comida?

 

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