lunes, 21 de noviembre de 2022

DEBRIS (escombros), (Relato)

 



¿Te apetece un café? —Berta le acercó a Lola un vaso de polipropileno, decorado con el logo de la empresa.

—Sí, muchas gracias. Hasta que no me tomo el primer café del día, no soy persona —contestó bostezando.

Le dio un sorbo y lo dejó a un lado, encima del banco. Abrió su taquilla, y descolgó el mono de trabajo. Se vistió mientras que, su compañera, hacía lo propio. Las dos mujeres salieron del vestuario con sendos cascos bajo el brazo, en dirección al hangar número cuatro.

—¿Conoces los planes para hoy? —Preguntó Lola a la piloto.

—Debemos limpiar al menos cien kilos, en el sector F6 —Berta apretó el botón que abría las grandes puertas interiores del hangar—. Hoy nos toca trabajar con aquella —Señaló una barredora de tamaño medio, dotada de un tubo de extracción, y capacidad para casi ciento cincuenta kilos de desechos.

Antes de entrar en la nave, se pusieron los cascos y, cumpliendo con los protocolos de seguridad, se revisaron los trajes la una a la otra. Comprobaron que los sistemas de comunicación funcionasen correctamente, y subieron a la barredora espacial.

 

Si bien al principio no se le dio mucha importancia, con el paso de las décadas, la basura espacial, conocida también por el nombre de debris, terminó por ser un problema de primer orden. El planeta Tierra está rodeada por estos desechos, y es un peligro constante para las cuatro estaciones espaciales internacionales, dedicadas a la investigación. También afecta a la multitud de satélites de todo tipo, que orbitan el planeta y, por supuesto, a los vuelos y trabajos espaciales. En el año dos mil ciento trece, varias multinacionales dedicadas a la gestión de residuos, aunaron sus esfuerzos, y fundaron Orbiser: la primera empresa privada dedicada, por completo, a eliminar los escombros que orbitan la Tierra. Construyeron la gran estación Progress, y la situaron en la órbita terrestre alta, a ochocientos kilómetros de altura. Con una capacidad para doscientas personas, y diez vehículos de limpieza, Orbiser recoge en cada jornada de trabajo, cerca de una tonelada de desperdicios espaciales. La tripulación de una nave barredora, suele estar compuesta por dos o tres personas. Normalmente, se localizan los desechos mediante el radar. Una vez encontrados, y dependiendo de la barredora, uno o dos operarios salen al espacio y utilizan los tubos de vacío como si de una aspiradora se tratase, aunque el proceso es bastante más complejo. Los tubos de vacío reducen la velocidad de los escombros antes de absorberlos. Si el tamaño de la basura es grande, se atrapa y se coloca manualmente en el compartimento al que van los desechos, situado en la parte trasera de la nave. Una vez limpia el área designada, se regresa a la base. Allí, otros operarios se encargan de compactar la chatarra espacial, transformándola en grandes bloques metálicos, que, más tarde, se envían de vuelta a la Tierra para su reciclaje.

 

—Base Progress, Barredora Oscar Romeo Ocho Seis Uno Cero, en punto de espera y lista para el despegue. Cambio.

—Atención. Barredora Oscar Romeo Ocho Seis Uno Cero, tenéis permiso para despegar. Brigada Happy, que tengáis buen servicio.

—Recibido. Cambio y corto.

Berta tiró del joystick de control hacia abajo, accionando la palanca de la velocidad suavemente. Al cabo de unos instantes, aumentó la aceleración, llevando la palanca hasta la mitad de su recorrido. En apenas ocho segundos, la nave salió de la base con suavidad, en dirección al sector F6. Al cabo de treinta minutos, llegaron a la zona designada. Lola se levantó de su asiento, sonrió a su compañera y después de levantar el pulgar, salió de la cabina de mando. Una vez en la esclusa, observó los indicativos del traje, en el ordenador incorporado en la muñeca. Todo en verde. Tomó el cable de seguridad y lo fijó a la argolla situada en la cintura del traje. Al hacerlo, se iluminó en verde el indicador correspondiente, en la consola de la cabina de mando. Ahora la piloto, podía abrir la compuerta.

 

«Nunca te acostumbras», pensó Lola, mientras se acercaba al lateral derecho de la nave, para desacoplar el tubo de vacío. Los paseos en gravedad cero, son experiencias difíciles de olvidar. No es solo la sensación de ingravidez, también la sensación de paz, con el increíble paisaje del planeta azul bajo los pies. Ya con el tubo en las manos, accionó los motores de la mochila y se desplazó hacia delante, dejando atrás a la barredora. A los cincuenta metros, accionó el radar y miró la pantalla. En ocasiones, los escombros no eran visibles a simple vista, por lo que era más fiable trabajar con la ayuda electrónica. En la pantalla apareció un grupo de piezas metálicas, y Lola se puso a trabajar. Apuntó en la dirección adecuada y notó, al cabo de poco tiempo, como succionaba los desechos. Tenía cuatro horas de trabajo por delante.

 

No faltaba mucho tiempo para la finalización de la jornada. La barredora espacial había recogido ciento quince kilos de basura, más de lo exigido en el plan de trabajo. Y, de hecho, aún hubiesen podido recoger algunos kilos más, de no ser por una incidencia recibida. Progress se había comunicado con la nave, para proporcionar nuevas instrucciones.

 

—Atención Lola, debes regresar —anunció la piloto—. Tenemos que movernos, hay una incidencia.

—Recibido —miró el tiempo de trabajo en la pantalla y suspiró resignada. Solo le faltaban quince minutos para terminar el turno, y tener que resolver una incidencia alargaba la jornada laboral.

Desconectó el tubo de vacío, y recortó la distancia que le separaba de la nave. Volvió a colocar el tubo en su sitio, y se aseguró de que el anclaje estuviese cerrado. Una vez dentro de la barredora, se quitó el cable de seguridad y lo colocó en su sitio. Tenía ganas de fumarse un cigarrillo, pero iba a tener que esperar.

—Espero que, al menos, las horas extras las añadan al tiempo de descanso —comentó nada más entrar en la cabina de mando—. ¿Qué ocurre? —Preguntó.

—Han detectado algo en el sector Z12. Al parecer es algo grande, aunque no han precisado mucho más.

—Pero… eso queda fuera de la órbita. ¿Por qué no envían a Mondragón? Él lleva una nave más grande.

—Tiene problemas con uno de los tres motores —Berta programó la dirección y encendió los motores—. Vamos para allá —añadió.

 

El sector Z12 es el más lejano de la base, y el único situado fuera de la órbita planetaria. Es una porción del espacio entre la Tierra y la Luna, situado mucho más cerca del planeta azul que, del polvoriento satélite. Desde aquí, la Tierra se ve mucho más pequeña, aunque el color azul del planeta sigue destacando, entre el negro salpicado de millones de estrellas.

—Ahí está, —Berta señaló un punto en la pantalla del radar— me acercaré un poco más, a ver si podemos tener una visual del escombro, antes de que tengas que salir.

Al cabo de unos minutos, la piloto conectó los potentes faros de la nave. Ante ellas, apareció un artefacto de aspecto metálico, en forma de pirámide. La base era cuadrada, y debía medir cerca de un metro de longitud. Tenía una altura de metro y medio aproximadamente y era de color negro.

—¿De dónde habrá salido esta cosa? —Preguntó Lola.

—No tengo ni idea. Ya sabes lo que te toca, ¿verdad?

Lola salió de la cabina de mando en dirección a la esclusa. Comprobó los indicadores de su traje, y conectó el cable de seguridad a su traje. La piloto abrió la compuerta. Salió al espacio, y se dirigió hacia el extraño objeto. Accionó los propulsores de la mochila y se acercó a la pirámide. Se detuvo a escasos centímetros, y acarició con una mano una de las caras. Se dio cuenta, de que el objeto no era completamente liso. Tenía algo grabado. De un bolsillo lateral del pantalón, sacó una red confeccionada con fibra de carbono, que se utilizaba para atrapar objetos voluminosos. Una vez desplegada, medía cerca de tres por tres metros. Rodeó el objeto, pero antes de llevarlo hacia uno de los compartimentos exteriores de la nave, se detuvo a pensar unos instantes. Si lo introducía en el compartimento trasero, iría a parar junto con el resto de escombros, y terminaría aplastado y compactado, una vez lo descargasen en la base.

—Berta, tengo una idea.

—¿Qué ocurre? —Inquirió la piloto.

—Voy a llevar el chisme este dentro de la nave. Lo entraré por la esclusa —propuso, mientras se acercaba a la barredora.

—Sabes que eso va en contra de las normas, ¿verdad?

—Sí, ya sé que no está permitido quedarse con ningún tipo de escombro, pero… técnicamente es posible que esto no sea basura espacial. No parece que esté dañado, ni que sea parte de algo que se haya roto o desechado.

—No sé, no termino de estar segura. ¿Y si es peligroso? Soy la responsable de la nave, y no quiero correr riesgos innecesarios.

—¿Y si resulta que es valioso? —Contraatacó Lola—. Al igual nos forramos, y nos podemos jubilar anticipadamente. Piénsalo.

—Estás como una cabra, ¿lo sabías? —Pulsó el botón de apertura de la esclusa—. Y yo peor que tú, por hacerte caso.

Una vez dentro de la nave, Lola examinó con más detenimiento el misterioso artefacto. A los pocos minutos, Berta se reunió junto con su compañera.

—¿Qué es esto?

—Parece algún tipo de grabados —respondió Lola, que reseguía con la punta del dedo índice los extraños símbolos—. No soy una especialista en lingüística, pero no me parecen… —dejó la frase sin terminar.

—No te parecen, ¿qué, Lola? —Inquirió Berta.

—Humanos. No se parece a ningún idioma que yo haya visto nunca.

—Bueno, no te lo tomes a mal, pero no eres ninguna experta.

—Pues no, no lo soy. Pero esto no es ruso, ni árabe. Tampoco se parece a ninguna lengua asiática —Respondió—. ¿Qué querrán decir estos signos?

Terminó de acariciar los símbolos de una de las caras de la pirámide. De pronto, se iluminaron todos los símbolos de la pirámide. Al cabo de unos segundos, en una de las caras apareció una abertura de forma rectangular, que poco a poco fue agrandándose. Dejó al descubierto una zona interior del artefacto, de unos cuarenta centímetros de largo por veinte de alto. En su interior, había algo. Ambas mujeres se miraron. Lola metió la mano y extrajo una pequeña caja rectangular. Parecía estar hecha del mismo material metálico y oscuro que la pirámide. Uno de sus lados, era completamente liso. Sin embargo, en el otro lado había algo que reconocieron al instante: un pulsador. No podía ser otra cosa. Un botón de color gris, sobresalía unos milímetros. Solo podía utilizarse de una manera: pulsándolo.

—Ni se te ocurra —Advirtió la piloto—. Podría tratarse de algún tipo de arma, o tal vez un explosivo. Sea como sea, no aprietes el botón.

—Tranquila, no lo haré. Al menos, sin saber algo más.

—¿Y ahora qué hacemos? —Preguntó Berta—. Esto no podremos entrarlo sin que lo vea nadie. Con ese tamaño, es imposible ocultarlo. —Dijo, señalando la pirámide.

—Regresemos a la base. Una vez allí, se lo enseñamos al encargado de la estación, a ver qué opina —Se guardó la pequeña caja en un bolsillo lateral del traje—. Venga, pongámonos en marcha, que quiero llegar y fumarme un cigarrillo —Añadió, palmeando en la espalda de su compañera.

 

           

De vuelta en Progress, se llevaron una sorpresa. La pirámide se había disuelto. Apenas quedaba una pequeña porción de la base cuadrada, con claros signos de haberse corroído. El suelo de la nave estaba manchado de negro. Berta se agachó y limpió con la mano una pequeña zona, para poder observar el suelo de la barredora. Suspiró aliviada, al comprobar que la corrosión de la pirámide no había afectado en absoluto, al suelo de la nave. Claro que, de haberse producido un agujero, se hubiese enterado al momento, debido a la pérdida de presión.

—¡Mierda! —Exclamó—. Ya te dije que no me fiaba. Nos podía haber costado el despido fulminante. Menos mal, que no logró atravesar el acero.

—¿Y cómo podía yo saberlo? —Se defendió Lola. Bueno, al menos ahora, no tiene por qué enterarse nadie.

—¿Tienes el pulsador?

Lola rebuscó en su bolsillo, y extrajo, sonriendo, la misteriosa caja con el botón.

—Creo que lo mejor sería que, llevemos esto a la Tierra en el próximo permiso. Tal vez allí, podamos encontrar a alguien que pueda saber algo más sobre su procedencia, o qué sé yo… incluso alguien que lo pueda tasar. Puede que aún saquemos algún provecho. —Comentó.

—Está bien, —convino la piloto— pero tú te encargarás de guardarlo.

 

Pasaron dos semanas más de duro trabajo, antes de que llegara el ansiado permiso para descansar, abajo en la Tierra. La Lanzadera Espacial Internacional se acopló a la estación Progress a las doce en punto, cumpliendo con el horario a la perfección. Una vez descargado el material y las provisiones de la bodega del transbordador, se procedió a cargar los bloques de metal, obtenidos de la compactación de los escombros recogidos. Después de seis horas, se completó la tarea. Ahora ya solo faltaba cargar el equipaje de los barrenautas que iban a disfrutar del largo permiso de descanso. Lola y Berta, entraron junto a cuatro compañeros más, y se acomodaron en los asientos. Al cabo de diez minutos, la voz del comandante, les avisó de que el despegue era inminente.

 

El viaje de regreso a la Tierra se completó en tres horas, con total normalidad. Aterrizaron en la pista del Centro Espacial John F. Kennedy. Afortunadamente, ahora ya no hacía falta guardar cuarentena al regresar del espacio. En cambio, se acoplaba un pasillo hermético a la lanzadera que llevaba hasta una instalación portátil de desinfección. Los recién llegados, entraban en una sala blanca, y tomaban una ducha de aire. Una vez libres de cualquier tipo de partícula extraña, salían al exterior. Un autobús los llevó al hotel del complejo, para pasar unos días, antes de dirigirse hasta el país de destino. Las compañeras de cuadrilla, se alojaron juntas en una habitación doble. Nada más cerrar la puerta del alojamiento, Lola se estiró en la cama y se encendió un cigarrillo, a pesar de la prohibición del hotel, de fumar en las habitaciones. Berta se dio una ducha rápida, y se vistió con ropa cómoda, antes de salir del baño. Abrió el minibar, sacó dos cervezas y le lanzó una a su compañera, que la atrapó y se incorporó en la cama.

—He estado pensando y no se me ocurre a quién podríamos llevar el trasto ese. —Comentó Berta.

—Tal vez en la universidad. Podríamos dibujar alguno de los símbolos que vimos en las caras de la pirámide, eso aportará más información. Seguro que le interesará a algún astrónomo.

—¿Dónde tienes la caja con el pulsador?

—En la maleta. Espera, que lo sacaré. —Lola se levantó y se dirigió al pequeño pasillo de la entrada de la habitación, donde había dejado la maleta. La puso encima de la cama y la abrió. Sacó con cuidado la ropa y algunos enseres—. Oh, Oh —Comentó.

—¿Qué ocurre? ¿No me digas que te la has olvidado en la base?

—Peor, —contestó Lola— mira. —Alargó el brazo para que Berta viese con claridad la misteriosa caja aparecida en el interior de la insólita pirámide, encontrada en medio del vacío del espacio.

—¡Mierda! —Exclamó—. ¿Pero cómo…?

—No lo sé. Supongo que al cerrar la maleta… tal vez con la presión se haya apretado el botón. No lo sé, Berta.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Bueno, de momento, lo mejor será no preocuparnos. Al fin y al cabo, no ha pasado nada, ¿no crees? —Contestó con una sonrisa.

 

Al cabo de unos minutos, sonó el teléfono de la habitación. Fue la piloto, quien respondió.

—¿Sí? ¿Cómo dice? ¿Ahora? Ok, de acuerdo, enseguida bajamos.

—¿Qué ocurre? —Preguntó Lola.

—No lo sé. Tenemos que acudir inmediatamente a la sala de conferencias del hotel. —Contestó abriendo su maleta para extraer algo de ropa más formal para ponerse.

 

Cuando llegaron a la gran sala de conferencias del hotel, la mayoría de los asientos estaban ya ocupados. Encontraron un sitio en el que sentarse juntas, en un extremo de la duodécima fila. Al cabo de unos instantes, por una de las puertas laterales que daban al escenario, apareció un coronel del ejército norteamericano. Las luces se atenuaron, y bajó una enorme pantalla. El militar tomó la palabra:

—Señoras y señores, permítanme que les ponga al corriente de la situación. Nos encontramos en situación de alerta máxima. De momento, nadie puede abandonar el hotel, y mucho menos salir de las instalaciones del complejo. —En ese momento, la pantalla se iluminó y comenzaron a visualizarse vídeos e imágenes tomadas en diferentes partes del planeta—. Como pueden observar, acaban de aparecer estas naves en los cielos de diversas partes del planeta. Están en todos los continentes, y, que sepamos, al menos hay una en la capital de cada país. Aún desconocemos la procedencia e intenciones de esta visita.

Lola y Berta intercambiaron una mirada. No necesitaron decirse nada. Una parte del misterio, había quedado resuelta. Ya no iban a necesitar acudir a un científico ni a un experto para que les explicara para qué servía ese pulsador. Ante ellas, se abría una certeza que no podían ignorar. El destino de la humanidad, acababa de cambiar para siempre. Tal vez, la mayor incógnita que durante tanto tiempo se habían planteado filósofos, astrónomos y exobiólogos, había quedado resuelta: existía vida inteligente en el Universo, además de la que se había producido en el planeta Tierra. Gracias a dos barrenautas, la humanidad se había caído de la cuna del conocimiento, para entrar de golpe en la edad adulta.

                                                           FIN


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