“El temor del Señor es el
principio del conocimiento;
los
necios desprecian la sabiduría y la disciplina.”
Proverbios
1:7
Por fin ha finalizado el año. Mi
formación como Postulante termina, gracias a Dios, con gran beneficio para mi
espíritu. Del centenar de aspirantes, llegado a este punto, solo quedamos cuarenta.
Sin duda, la Fe y la Oración, nos han ayudado en este duro camino, de soledad,
estudio, recogimiento y, sobre todo, disciplina. En mi caso, la hermana Martha
ha tenido santa paciencia conmigo, y espero poder agradecérselo en un futuro. En
los momentos más duros del ayuno, después de catorce días de no ingerir
alimentos, cuando ya no lo podía soportar más, la hermana Martha me tomaba de
la mano, y me susurraba palabras de ánimo al oído. Palabras reconfortantes que,
sin duda, me han hecho más fuerte. Pronto empezará la siguiente etapa. Estoy
completamente preparada para dedicar mi vida a Dios. La Fe en sus enseñanzas me
darán valor y fuerza, para luchar contra Satanás y su ejército de demonios.
Han sido meses duros, lejos de la
familia, de las amistades, de todo cuanto me era familiar. Desde mi ingreso en
el convento de Santa Catalina, me he esforzado por cumplir estrictamente con la
doctrina de las Siervas de María. Y sabe Dios, que en ocasiones no ha sido
tarea sencilla. Las clases de religión eran mis favoritas. El estudio de las
Sagradas Escrituras, siempre me ha reconfortado el corazón. La palabra de
nuestro Señor Jesucristo es siempre sabia, inunda nuestros corazones con la
Verdad. No quisiera pecar de orgullosa, pero realmente se me dan muy bien los
estudios bíblicos. Tal vez, lo que más me ha costado durante este tiempo, ha
sido la instrucción de la disciplina. Esta materia comprende multitud de
aspectos y requiere de una gran fortaleza espiritual. Debemos pasar por un
sinfín de privaciones, con tal de adquirir fortaleza y, para ello, la
disciplina es esencial. Tal y como nos enseñan las Sagradas Escrituras, ya en
el Libro de los Hebreos se nos dice en el versículo 12:11 que, “Es verdad
que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados”. Y esto es de una importancia capital dentro de las Siervas de
María.
Una de las actividades que solía
realizar, exclusivamente en soledad, era la meditación. Para llegar a novicias,
debemos conocernos interiormente. Varias veces al día, hacía examen de
conciencia. La introspección es vital para conocerse una misma. Con ello,
logramos entender y aprender cuáles son nuestras debilidades y fortalezas. Así
como en la naturaleza, todo está conectado entre sí, las enseñanzas que nos
brindan en las Siervas de María, también están entrelazadas. Por tanto, la
Oración, la meditación e introspección, y la disciplina, debidamente
aprendidas, sirven a un propósito que, de faltar alguna de estas materias, no
llegaría a buen puerto, pues la instrucción no estaría completa. Una vez seamos novicias, no solo tendremos la
responsabilidad de extender la palabra de Dios con nuestro ejemplo, también
tendremos que luchar contra el mal, en cualquiera de sus distintas formas. Debemos ser constantes, y nuestra Fe ha de
fortalecerse cada día.
Las Siervas de María, es una
congregación especializada en misiones. No se suelen quedar en el convento,
aunque sí podríamos decir, que es la base central, desde donde se parte hacia
las diferentes misiones, y también, es el lugar a donde se regresa al término
de las mismas. Siempre que se pueda regresar, claro está. Durante este largo
año, nos han adiestrado para que seamos capaces de lidiar con multitud de
situaciones, normalmente desfavorables, para que nuestro cuerpo y nuestro
espíritu se fortalezcan con la adversidad, llegando incluso a no temer ni
siquiera a la muerte. Al contrario, el día de nuestro óbito es un día esperado,
pues significa que, en breve, nos encontraremos a la diestra de nuestro
Señor. Hay misiones de todo tipo.
Dependiendo de a dónde sean destinadas, las Siervas de María se han de
enfrentar a todo tipo de situaciones, en su misión evangelizadora. La lucha
contra el mal, no es sencilla. Pero esta congregación en su obra misionera,
tiene también su fortaleza en los resultados. Allí donde son destinadas las
Siervas de María, la palabra de Dios se convierte en ley, triunfando sobre el
mal. El evangelio se extiende y la salvación llega a más gente. Por eso decidí
entrar en esta congregación, quiero ser una salvadora.
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“Y a ella le fue concedido
vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio, porque las acciones justas de los
santos son el lino fino.”
Apocalipsis
19:8
Después de ocho días, en los que las
Postulantes nos preparamos haciendo Ejercicios Espirituales, casi sin descanso,
por fin tuvo lugar la ceremonia de la Toma del Santo Hábito. Es un rito lleno
de solemnidad, que se lleva a cabo en la intimidad de la congregación. Solo
pueden asistir las Siervas de María, y está terminantemente prohibido que
asistan familiares o amistades. Tampoco se permite tomar fotos o grabar videos.
Fue un momento muy emocionante y especial para mí. A cada Postulante se nos
entrega el Sagrado Hábito, que vestiremos de ahora en adelante. Cada una de
nosotras, tiene asignada a una hermana, que es la encargada de entregarnos
nuestro ansiado uniforme de trabajo. Sor Martha fue quien, después de tomarme
las manos, me miró sonriente y me entregó el hábito. Le di las gracias con un
pestañeo y traté de mostrarme serena, como el momento requería. Ya con el
hábito en mis manos, me retiré a mi celda, igual que el resto de mis hermanas.
No podría decir jamás que, el hábito
me quedaba bien. En cambio, sí puedo asegurar, que me sentía estupendamente con
él. La túnica, de un color negro como la noche más oscura, es increíblemente
cómoda. Es ligera y permite moverse con soltura y agilidad. Un velo del mismo
color que la túnica, cubre la cabeza aportando seguridad y discreción. Debajo
del velo, una toca de color blanco enmarca mi rostro. Un cinturón exclusivo de
las Siervas de María, ciñe el hábito a la cintura para mayor comodidad. La
última pieza de la vestimenta, consiste en unos zapatos de un diseño muy
funcional. Dotados de suela antideslizante, son cómodos y están preparados para
largas caminatas. Una vez vestida al completo, me miré al pequeño espejo que
tenía en mi celda, y oré en silencio, sintiéndome bendecida y agradecida a Dios
todopoderoso.
En la hora de Vísperas, las
Postulantes nos presentamos, ahora ya debidamente vestidas con nuestro nuevo y
reluciente hábito, en la sala Capitular. Allí, la Madre Abadesa nos ofreció un
emotivo discurso, acerca de lo que, de ahora en adelante va a ser nuestra vida,
y de lo que se espera de nosotras. Nos dejó claro, que no va a ser un camino de
rosas, sino más bien al contrario, estará sembrado de espinas, sangre y dolor.
Así son las misiones para las Siervas de María. Y esto hace que, gracias a su
Fe, sean capaces de superar los obstáculos o, llegado el caso, de entregarse a
su destino con el corazón contento y lleno de felicidad. Cuando la Abadesa
finalizó su diatriba, nos unimos todas en oración, para pedir por los hombres y
mujeres que trabajan por la paz y la justicia.
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“Si Dios está con nosotros,
¿quién podrá contra nosotros?”
Romanos 8:31
Al cabo de unos días, llegó al
convento, Patrick de Boulogne, arzobispo de Lyon. Llevaba consigo una valija
ministerial de gran importancia para todas las recién estrenadas novicias: el
destino asignado a cada una de nosotras. Estábamos ansiosas por conocerlo,
tanto al Reverendísimo Señor, como a nuestro designio. Al día siguiente de su
llegada, las Postulantes fuimos llamadas una a una, al despacho de la Madre
Abadesa. No tuve que esperar mucho tiempo, pues fui la cuarta en entrar. El
arzobispo estaba sentado en el austero escritorio, mientras que la Madre
Abadesa se mantenía de pie, detrás de él. Varios fardos de cartas ocupaban
buena parte de la mesa. Después de presentarme, el arzobispo se me quedó
mirando en silencio, con un rostro serio. Tenía los ojos negros, una nariz
aguileña bastante prominente, y unos labios finos. Me fijé en sus manos, y me
llamó la atención el anillo pastoral. Era de oro y estaba bellamente labrado.
Tenía una enorme piedra de jade, rodeada de diamantes. En ambos lados del
anillo, destacaban unas cruces de oro, con un brillante en el interior. Creo
que el arzobispo se dio cuenta, y carraspeó para llamar mi atención. Jamás
podré olvidar sus palabras:
—Hermana, su misión requerirá de
esfuerzo y disciplina. Incluso es posible, que se ponga a prueba su Fe. Pero
algo me dice, que será capaz y logrará superar, cualquier prueba que el maligno
ponga en su camino. Recuerda siempre, este versículo del Deuteronomio: “El
Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te
abandonará. No temas ni te desanimes”. Llévelo siempre con usted, bien
anclado en su corazón.
Me hizo entrega de un sobre con mi
nombre, cerrado con el sello Papal. Asentí con la cabeza y la Madre Abadesa me
indicó que ya podía salir. Fui a mi celda, tratando de mantenerme serena,
aunque la verdad, es que por dentro me sentía temblar. Una vez en la intimidad
de mi celdilla, rompí el sello y abrí el sobre. Contenía una hoja de papel de
color blanco, que desdoblé para poder leer el contenido. El escudo Papal
encabezaba una carta escrita con una bella caligrafía:
Santa Sede, 17 de
abril de 2094
Querida hermana, le escribo con gratitud, por
haber elegido los caminos del Señor. Debemos confiar en las enseñanzas que
Nuestro Señor nos brinda, y como soldados en Cristo, tenemos la obligación de
extenderla hasta los confines del Universo, si fuese preciso. Nos debemos a
Dios. Siguiendo sus designios, uno de sus preceptos es la salvación de las
almas, motivo por el cual, ha sido elegida como salvadora, integrándose de
pleno derecho en las Siervas de María.
Su
misión, es de gran importancia para nuestra Santa Madre Iglesia, y también,
para el futuro de la humanidad. Será trasladada a Kourou, en la Guayana
Francesa. Una vez allí, empezará su Noviciado, instruyéndose en las diversas
materias que le serán de utilidad, para llevar a cabo con éxito su obra
misionera. Una vez terminado su adiestramiento, será destinada a la Casa de
Dios, poniéndose al servicio del señor Obispo, en la lucha contra el Mal.
Finalizo
esta epístola, citando las sabias palabras que el profeta Isaías nos reveló en
las Sagradas Escrituras: “Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te
angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con
mi diestra victoriosa”.
Que
Dios la bendiga.
Atentamente,
Juan
Pablo XXXIV
Releí la carta tres o cuatro veces. Estaba
emocionada y un poco asustada, por la importancia de la misión. Me habían
destinado a la Casa de Dios, superando por completo todas mis expectativas.
Pero si de algo estoy segura, es que, con Fe, todo es posible.
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“Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra
mis manos para la guerra, y mis dedos para la batalla.”
Salmos
144:1
A las tres semanas de obtener mi
misión, llegué a Kourou. Mi destino se encontraba entre esta población, y
Sinnamary, una pequeña ciudad situada al pie del río que da nombre a la urbe.
Un vehículo todoterreno me llevó por rudimentarios y embarrados caminos,
durante unos dieciocho kilómetros. Finalmente, llegué al Centre Spatial
Guyanais, y me presenté en el edificio de administración. Allí entregué la
misiva Papal, y después de firmar en el registro de entrada, un hombre enjuto y
que caminaba con una leve cojera, me acompañó hasta un edificio de tres
plantas. Una vez allí, se despidió con un ademán y se marchó. El edificio era
de color gris, y contrastaba con el azul del cielo. Estaba salpicado de
ventanales, y en cada piso, amplios balcones engalanados con flores, conferían
a la construcción una pátina de belleza orgánica, a pesar del color gris del
hormigón de la fachada.
Antes de entrar, dediqué unos
minutos a orar. Al término de mis oraciones, suspiré profundamente. Una vez
cruzase esa puerta, ya no habría vuelta atrás. Recordé el versículo del apóstol
Lucas, que decía: “Todo el que procure preservar su vida, la perderá; y todo
el que la pierda, la conservará”. Agarré con fuerza el pomo de la puerta.
Ahora, por fin empezará de verdad mi Noviciado. Abrí la puerta, y me adentré en
el edificio. Me encontré en un gran espacio abierto, con un gran mostrador
flanqueado por dos grandes escalinatas. En el lado derecho, pude ver dos
ascensores. El lado izquierdo estaba abarrotado de máquinas expendedoras. Una
monja con su uniforme negro, vino a recibirme con una gran sonrisa. Me acompañó
a mi dormitorio, y después de explicarme un poco por encima, el funcionamiento
de la congregación, me dio un tríptico donde encontré toda la información, de
manera más exhausta. Antes de despedirse, me informó del horario de mis clases,
pues mañana mismo debía empezar el adiestramiento, con una duración de siete
días. Me abrazó, y se marchó dejándome a solas.
Me di una larga ducha, y pasé el resto de la tarde orando en silencio y
recogimiento.
Durante la siguiente semana,
alternaba el estudio de la Palabra, con las clases prácticas. Los días fueron
exactamente iguales. Nada más levantarme, debía orar en ayunas. Después de un
pequeño desayuno consistente en café y tostadas con aceite y sal, acudía a la
biblioteca. En la hora duodécima, hacía un descanso y comía un poco de pan con
algo de fruta. Más tarde, empezaban las clases prácticas y de adiestramiento.
La disciplina era muy importante. No podía flaquear, el demonio tiene muchos
trucos para engañarnos, y por eso es tan fundamental ser disciplinada. No
podemos permitirnos ninguna compasión por el Mal, puesto que debe triunfar
nuestro Señor. Al término de la semana, mi instrucción estaba completa. Ya era
el momento de presentarme al Obispo, en la Casa de Dios.
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“Porque
para mí, vivir es Cristo y morir es ganar.”
Filipenses
1:21
Théodore Obulungi, era el Obispo al
mando de la Casa de Dios. Nacido en Tanzania, había escalado puestos en la
Iglesia gracias a su tesón, su esfuerzo y su Fe. Era un hombre enérgico, serio
y que no se prestaba a grandes celebraciones. Una vez me presenté ante él, me
dijo lo que se esperaba de mí: sacrificio, disciplina y voluntad. Asentí con la
cabeza, y respondí que así sería. Me informó de los planes que se tenían para
la Casa de Dios, y también, de que en dos días partiríamos. Nuestro destino era
el sistema solar de Alpharad, en la constelación de Hydra, situado a ciento
setenta y siete años luz. En Noctícula, la sexta luna del sexto planeta que orbita la estrella, deberemos enfrentarnos a las fuerzas del Mal.
Tal y como monseñor Obulungi había
dicho, la Casa de Dios despegó del Centre Spatial Guyanais, utilizando solo
parte de sus enormes motores. Construida con una aleación de acero y carbono,
su forma de cruz nunca pasaba desapercibida. Era la nave insignia de la Santa
Madre Iglesia. Cuenta con una gran capacidad ofensiva, y permite el despliegue
de dos mil efectivos, entre Novicias, Monjas, Novicios, Monjes, Sacerdotes y
Diáconos, repartidos en diez batallones. Un ejército de Dios, preparado para la
guerra. La misión no resultará sencilla de cumplir, pero no desfalleceré. Una
vez lleguemos a Noctícula, nos desplegaremos en un punto cerca del ecuador, y
deberemos abrirnos paso, en el nombre de El Salvador, acabando con cuantos
demonios salgan a nuestro encuentro. Nunca debieron haber salido de Alpharad, y
mucho menos, haber intentado colonizar nuestro planeta. Deberían haber
conocido, las palabras del profeta Isaías: “He aquí, el día del Señor viene,
cruel, con furia y ardiente ira, para convertir en desolación la tierra y
exterminar de ella a sus pecadores”. No tardarán mucho en aprenderlas.
FIN