Era tal la angustia
que, a ratos, le faltaba la respiración. No volverla a ver, no hacía más que
aumentar su padecimiento. Ella, siempre tan confiada en los demás, en la bondad del
ser humano; y él, invariablemente tan estricto, tan receloso de cuantos le
rodeaban. La desesperación de querer gritar, para ya nunca parar de hacerlo, le
nacía del corazón, pero debía mantenerse serena, o eso le decían. «Tienes que
ser fuerte», era el mantra que le recitaban sus seres queridos. Y ella, se
sabía muerta en vida de dolor. Jamás el horror le iba a abandonar, más bien al
contrario, se fundiría con todo su ser hasta el día de su muerte.
Le decían que, con el
paso del tiempo, podría poner paz en su corazón. Verla una última vez, podría
significar el tránsito del infierno hacia el purgatorio. Era tal la
tribulación, que se le antojaba como subir al Everest sin cuerdas ni ropa de
abrigo. Tenía claro que no lo conseguiría sin que su alma zozobrara por
semejante padecimiento: después de tanta tortura, iba a encaminarse rota en mil
pedazos, a cruzar en silencio los confines de su cordura.
-Pase. ¿Está
preparada para el reconocimiento?
Ya nunca más fue
ella.
FIN
Este mini relato lo escribí durante un curso de
escritura. En el ejercicio, se debía escribir un "espacio frontera"
con un campo semántico. Cruzar una puerta, es algo normal. Pero una vez entras,
cuando algo cambia en ti para siempre, esa puerta se convierte en un espacio
frontera.
Qué duro! y qué interesante contar tanto sin decirlo...
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