—Sí,
muchas gracias. Hasta que no me tomo el primer café del día, no soy persona
—contestó bostezando.
Le dio
un sorbo y lo dejó a un lado, encima del banco. Abrió su taquilla, y descolgó
el mono de trabajo. Se vistió mientras que, su compañera, hacía lo propio. Las
dos mujeres salieron del vestuario con sendos cascos bajo el brazo, en
dirección al hangar número cuatro.
—¿Conoces
los planes para hoy? —Preguntó Lola a la piloto.
—Debemos
limpiar al menos cien kilos, en el sector F6 —Berta apretó el botón que abría
las grandes puertas interiores del hangar—. Hoy nos toca trabajar con aquella
—Señaló una barredora de tamaño medio, dotada de un tubo de extracción, y
capacidad para casi ciento cincuenta kilos de desechos.
Antes
de entrar en la nave, se pusieron los cascos y, cumpliendo con los protocolos
de seguridad, se revisaron los trajes la una a la otra. Comprobaron que los
sistemas de comunicación funcionasen correctamente, y subieron a la barredora
espacial.
Si
bien al principio no se le dio mucha importancia, con el paso de las décadas,
la basura espacial, conocida también por el nombre de debris, terminó
por ser un problema de primer orden. El planeta Tierra está rodeada por estos
desechos, y es un peligro constante para las cuatro estaciones espaciales
internacionales, dedicadas a la investigación. También afecta a la multitud de
satélites de todo tipo, que orbitan el planeta y, por supuesto, a los vuelos y
trabajos espaciales. En el año dos mil ciento trece, varias multinacionales
dedicadas a la gestión de residuos, aunaron sus esfuerzos, y fundaron Orbiser:
la primera empresa privada dedicada, por completo, a eliminar los escombros que
orbitan la Tierra. Construyeron la gran estación Progress, y la situaron en la
órbita terrestre alta, a ochocientos kilómetros de altura. Con una capacidad
para doscientas personas, y diez vehículos de limpieza, Orbiser recoge en cada
jornada de trabajo, cerca de una tonelada de desperdicios espaciales. La
tripulación de una nave barredora, suele estar compuesta por dos o tres
personas. Normalmente, se localizan los desechos mediante el radar. Una vez
encontrados, y dependiendo de la barredora, uno o dos operarios salen al
espacio y utilizan los tubos de vacío como si de una aspiradora se tratase,
aunque el proceso es bastante más complejo. Los tubos de vacío reducen la
velocidad de los escombros antes de absorberlos. Si el tamaño de la basura es
grande, se atrapa y se coloca manualmente en el compartimento al que van los
desechos, situado en la parte trasera de la nave. Una vez limpia el área
designada, se regresa a la base. Allí, otros operarios se encargan de compactar
la chatarra espacial, transformándola en grandes bloques metálicos, que, más
tarde, se envían de vuelta a la Tierra para su reciclaje.
—Base
Progress, Barredora Oscar Romeo Ocho Seis Uno Cero, en punto de espera y lista
para el despegue. Cambio.
—Atención.
Barredora Oscar Romeo Ocho Seis Uno Cero, tenéis permiso para despegar. Brigada
Happy, que tengáis buen servicio.
—Recibido.
Cambio y corto.
Berta
tiró del joystick de control hacia abajo, accionando la palanca de la velocidad
suavemente. Al cabo de unos instantes, aumentó la aceleración, llevando la
palanca hasta la mitad de su recorrido. En apenas ocho segundos, la nave salió
de la base con suavidad, en dirección al sector F6. Al cabo de treinta minutos,
llegaron a la zona designada. Lola se levantó de su asiento, sonrió a su
compañera y después de levantar el pulgar, salió de la cabina de mando. Una vez
en la esclusa, observó los indicativos del traje, en el ordenador incorporado
en la muñeca. Todo en verde. Tomó el cable de seguridad y lo fijó a la argolla
situada en la cintura del traje. Al hacerlo, se iluminó en verde el indicador
correspondiente, en la consola de la cabina de mando. Ahora la piloto, podía
abrir la compuerta.
«Nunca
te acostumbras», pensó Lola, mientras se acercaba al lateral derecho de la
nave, para desacoplar el tubo de vacío. Los paseos en gravedad cero, son
experiencias difíciles de olvidar. No es solo la sensación de ingravidez,
también la sensación de paz, con el increíble paisaje del planeta azul bajo los
pies. Ya con el tubo en las manos, accionó los motores de la mochila y se
desplazó hacia delante, dejando atrás a la barredora. A los cincuenta metros,
accionó el radar y miró la pantalla. En ocasiones, los escombros no eran
visibles a simple vista, por lo que era más fiable trabajar con la ayuda
electrónica. En la pantalla apareció un grupo de piezas metálicas, y Lola se
puso a trabajar. Apuntó en la dirección adecuada y notó, al cabo de poco
tiempo, como succionaba los desechos. Tenía cuatro horas de trabajo por
delante.
No
faltaba mucho tiempo para la finalización de la jornada. La barredora espacial
había recogido ciento quince kilos de basura, más de lo exigido en el plan de
trabajo. Y, de hecho, aún hubiesen podido recoger algunos kilos más, de no ser
por una incidencia recibida. Progress se había comunicado con la nave, para
proporcionar nuevas instrucciones.
—Atención
Lola, debes regresar —anunció la piloto—. Tenemos que movernos, hay una
incidencia.
—Recibido
—miró el tiempo de trabajo en la pantalla y suspiró resignada. Solo le faltaban
quince minutos para terminar el turno, y tener que resolver una incidencia
alargaba la jornada laboral.
Desconectó
el tubo de vacío, y recortó la distancia que le separaba de la nave. Volvió a
colocar el tubo en su sitio, y se aseguró de que el anclaje estuviese cerrado.
Una vez dentro de la barredora, se quitó el cable de seguridad y lo colocó en
su sitio. Tenía ganas de fumarse un cigarrillo, pero iba a tener que esperar.
—Espero
que, al menos, las horas extras las añadan al tiempo de descanso —comentó nada
más entrar en la cabina de mando—. ¿Qué ocurre? —Preguntó.
—Han
detectado algo en el sector Z12. Al parecer es algo grande, aunque no han
precisado mucho más.
—Pero…
eso queda fuera de la órbita. ¿Por qué no envían a Mondragón? Él lleva una nave
más grande.
—Tiene
problemas con uno de los tres motores —Berta programó la dirección y encendió
los motores—. Vamos para allá —añadió.
El
sector Z12 es el más lejano de la base, y el único situado fuera de la órbita
planetaria. Es una porción del espacio entre la Tierra y la Luna, situado mucho
más cerca del planeta azul que, del polvoriento satélite. Desde aquí, la Tierra
se ve mucho más pequeña, aunque el color azul del planeta sigue destacando,
entre el negro salpicado de millones de estrellas.
—Ahí
está, —Berta señaló un punto en la pantalla del radar— me acercaré un poco más,
a ver si podemos tener una visual del escombro, antes de que tengas que salir.
Al
cabo de unos minutos, la piloto conectó los potentes faros de la nave. Ante
ellas, apareció un artefacto de aspecto metálico, en forma de pirámide. La base
era cuadrada, y debía medir cerca de un metro de longitud. Tenía una altura de
metro y medio aproximadamente y era de color negro.
—¿De
dónde habrá salido esta cosa? —Preguntó Lola.
—No
tengo ni idea. Ya sabes lo que te toca, ¿verdad?
Lola
salió de la cabina de mando en dirección a la esclusa. Comprobó los indicadores
de su traje, y conectó el cable de seguridad a su traje. La piloto abrió la
compuerta. Salió al espacio, y se dirigió hacia el extraño objeto. Accionó los
propulsores de la mochila y se acercó a la pirámide. Se detuvo a escasos
centímetros, y acarició con una mano una de las caras. Se dio cuenta, de que el
objeto no era completamente liso. Tenía algo grabado. De un bolsillo lateral
del pantalón, sacó una red confeccionada con fibra de carbono, que se utilizaba
para atrapar objetos voluminosos. Una vez desplegada, medía cerca de tres por
tres metros. Rodeó el objeto, pero antes de llevarlo hacia uno de los
compartimentos exteriores de la nave, se detuvo a pensar unos instantes. Si lo
introducía en el compartimento trasero, iría a parar junto con el resto de
escombros, y terminaría aplastado y compactado, una vez lo descargasen en la
base.
—Berta,
tengo una idea.
—¿Qué
ocurre? —Inquirió la piloto.
—Voy a
llevar el chisme este dentro de la nave. Lo entraré por la esclusa —propuso,
mientras se acercaba a la barredora.
—Sabes
que eso va en contra de las normas, ¿verdad?
—Sí,
ya sé que no está permitido quedarse con ningún tipo de escombro, pero…
técnicamente es posible que esto no sea basura espacial. No parece que esté
dañado, ni que sea parte de algo que se haya roto o desechado.
—No
sé, no termino de estar segura. ¿Y si es peligroso? Soy la responsable de la
nave, y no quiero correr riesgos innecesarios.
—¿Y si
resulta que es valioso? —Contraatacó Lola—. Al igual nos forramos, y nos
podemos jubilar anticipadamente. Piénsalo.
—Estás
como una cabra, ¿lo sabías? —Pulsó el botón de apertura de la esclusa—. Y yo
peor que tú, por hacerte caso.
Una
vez dentro de la nave, Lola examinó con más detenimiento el misterioso artefacto.
A los pocos minutos, Berta se reunió junto con su compañera.
—¿Qué
es esto?
—Parece
algún tipo de grabados —respondió Lola, que reseguía con la punta del dedo
índice los extraños símbolos—. No soy una especialista en lingüística, pero no
me parecen… —dejó la frase sin terminar.
—No te
parecen, ¿qué, Lola? —Inquirió Berta.
—Humanos.
No se parece a ningún idioma que yo haya visto nunca.
—Bueno,
no te lo tomes a mal, pero no eres ninguna experta.
—Pues
no, no lo soy. Pero esto no es ruso, ni árabe. Tampoco se parece a ninguna
lengua asiática —Respondió—. ¿Qué querrán decir estos signos?
Terminó
de acariciar los símbolos de una de las caras de la pirámide. De pronto, se
iluminaron todos los símbolos de la pirámide. Al cabo de unos segundos, en una
de las caras apareció una abertura de forma rectangular, que poco a poco fue
agrandándose. Dejó al descubierto una zona interior del artefacto, de unos
cuarenta centímetros de largo por veinte de alto. En su interior, había algo.
Ambas mujeres se miraron. Lola metió la mano y extrajo una pequeña caja
rectangular. Parecía estar hecha del mismo material metálico y oscuro que la
pirámide. Uno de sus lados, era completamente liso. Sin embargo, en el otro
lado había algo que reconocieron al instante: un pulsador. No podía ser otra
cosa. Un botón de color gris, sobresalía unos milímetros. Solo podía utilizarse
de una manera: pulsándolo.
—Ni se
te ocurra —Advirtió la piloto—. Podría tratarse de algún tipo de arma, o tal
vez un explosivo. Sea como sea, no aprietes el botón.
—Tranquila,
no lo haré. Al menos, sin saber algo más.
—¿Y
ahora qué hacemos? —Preguntó Berta—. Esto no podremos entrarlo sin que lo vea
nadie. Con ese tamaño, es imposible ocultarlo. —Dijo, señalando la pirámide.
—Regresemos
a la base. Una vez allí, se lo enseñamos al encargado de la estación, a ver qué
opina —Se guardó la pequeña caja en un bolsillo lateral del traje—. Venga,
pongámonos en marcha, que quiero llegar y fumarme un cigarrillo —Añadió,
palmeando en la espalda de su compañera.
De
vuelta en Progress, se llevaron una sorpresa. La pirámide se había disuelto.
Apenas quedaba una pequeña porción de la base cuadrada, con claros signos de
haberse corroído. El suelo de la nave estaba manchado de negro. Berta se agachó
y limpió con la mano una pequeña zona, para poder observar el suelo de la
barredora. Suspiró aliviada, al comprobar que la corrosión de la pirámide no
había afectado en absoluto, al suelo de la nave. Claro que, de haberse
producido un agujero, se hubiese enterado al momento, debido a la pérdida de
presión.
—¡Mierda!
—Exclamó—. Ya te dije que no me fiaba. Nos podía haber costado el despido
fulminante. Menos mal, que no logró atravesar el acero.
—¿Y
cómo podía yo saberlo? —Se defendió Lola. Bueno, al menos ahora, no tiene por
qué enterarse nadie.
—¿Tienes
el pulsador?
Lola
rebuscó en su bolsillo, y extrajo, sonriendo, la misteriosa caja con el botón.
—Creo
que lo mejor sería que, llevemos esto a la Tierra en el próximo permiso. Tal
vez allí, podamos encontrar a alguien que pueda saber algo más sobre su
procedencia, o qué sé yo… incluso alguien que lo pueda tasar. Puede que aún
saquemos algún provecho. —Comentó.
—Está
bien, —convino la piloto— pero tú te encargarás de guardarlo.
Pasaron
dos semanas más de duro trabajo, antes de que llegara el ansiado permiso para
descansar, abajo en la Tierra. La Lanzadera Espacial Internacional se acopló a
la estación Progress a las doce en punto, cumpliendo con el horario a la
perfección. Una vez descargado el material y las provisiones de la bodega del
transbordador, se procedió a cargar los bloques de metal, obtenidos de la
compactación de los escombros recogidos. Después de seis horas, se completó la
tarea. Ahora ya solo faltaba cargar el equipaje de los barrenautas que iban a disfrutar
del largo permiso de descanso. Lola y Berta, entraron junto a cuatro compañeros
más, y se acomodaron en los asientos. Al cabo de diez minutos, la voz del
comandante, les avisó de que el despegue era inminente.
El
viaje de regreso a la Tierra se completó en tres horas, con total normalidad.
Aterrizaron en la pista del Centro Espacial John F. Kennedy. Afortunadamente,
ahora ya no hacía falta guardar cuarentena al regresar del espacio. En cambio,
se acoplaba un pasillo hermético a la lanzadera que llevaba hasta una
instalación portátil de desinfección. Los recién llegados, entraban en una sala
blanca, y tomaban una ducha de aire. Una vez libres de cualquier tipo de
partícula extraña, salían al exterior. Un autobús los llevó al hotel del
complejo, para pasar unos días, antes de dirigirse hasta el país de destino.
Las compañeras de cuadrilla, se alojaron juntas en una habitación doble. Nada
más cerrar la puerta del alojamiento, Lola se estiró en la cama y se encendió
un cigarrillo, a pesar de la prohibición del hotel, de fumar en las
habitaciones. Berta se dio una ducha rápida, y se vistió con ropa cómoda, antes
de salir del baño. Abrió el minibar, sacó dos cervezas y le lanzó una a su
compañera, que la atrapó y se incorporó en la cama.
—He
estado pensando y no se me ocurre a quién podríamos llevar el trasto ese.
—Comentó Berta.
—Tal
vez en la universidad. Podríamos dibujar alguno de los símbolos que vimos en
las caras de la pirámide, eso aportará más información. Seguro que le interesará
a algún astrónomo.
—¿Dónde
tienes la caja con el pulsador?
—En la
maleta. Espera, que lo sacaré. —Lola se levantó y se dirigió al pequeño pasillo
de la entrada de la habitación, donde había dejado la maleta. La puso encima de
la cama y la abrió. Sacó con cuidado la ropa y algunos enseres—. Oh, Oh
—Comentó.
—¿Qué
ocurre? ¿No me digas que te la has olvidado en la base?
—Peor,
—contestó Lola— mira. —Alargó el brazo para que Berta viese con claridad la
misteriosa caja aparecida en el interior de la insólita pirámide, encontrada
en medio del vacío del espacio.
—¡Mierda!
—Exclamó—. ¿Pero cómo…?
—No lo
sé. Supongo que al cerrar la maleta… tal vez con la presión se haya apretado el
botón. No lo sé, Berta.
—¿Y
ahora qué hacemos?
—Bueno,
de momento, lo mejor será no preocuparnos. Al fin y al cabo, no ha pasado nada,
¿no crees? —Contestó con una sonrisa.
Al
cabo de unos minutos, sonó el teléfono de la habitación. Fue la piloto, quien
respondió.
—¿Sí?
¿Cómo dice? ¿Ahora? Ok, de acuerdo, enseguida bajamos.
—¿Qué
ocurre? —Preguntó Lola.
—No lo
sé. Tenemos que acudir inmediatamente a la sala de conferencias del hotel.
—Contestó abriendo su maleta para extraer algo de ropa más formal para ponerse.
Cuando
llegaron a la gran sala de conferencias del hotel, la mayoría de los asientos
estaban ya ocupados. Encontraron un sitio en el que sentarse juntas, en un
extremo de la duodécima fila. Al cabo de unos instantes, por una de las puertas
laterales que daban al escenario, apareció un coronel del ejército norteamericano.
Las luces se atenuaron, y bajó una enorme pantalla. El militar tomó la palabra:
—Señoras
y señores, permítanme que les ponga al corriente de la situación. Nos
encontramos en situación de alerta máxima. De momento, nadie puede abandonar el
hotel, y mucho menos salir de las instalaciones del complejo. —En ese momento,
la pantalla se iluminó y comenzaron a visualizarse vídeos e imágenes tomadas en
diferentes partes del planeta—. Como pueden observar, acaban de aparecer estas
naves en los cielos de diversas partes del planeta. Están en todos los
continentes, y, que sepamos, al menos hay una en la capital de cada país. Aún
desconocemos la procedencia e intenciones de esta visita.
Lola y
Berta intercambiaron una mirada. No necesitaron decirse nada. Una parte del
misterio, había quedado resuelta. Ya no iban a necesitar acudir a un científico
ni a un experto para que les explicara para qué servía ese pulsador. Ante
ellas, se abría una certeza que no podían ignorar. El destino de la humanidad,
acababa de cambiar para siempre. Tal vez, la mayor incógnita que durante tanto
tiempo se habían planteado filósofos, astrónomos y exobiólogos, había quedado
resuelta: existía vida inteligente en el Universo, además de la que se había
producido en el planeta Tierra. Gracias a dos barrenautas, la humanidad se
había caído de la cuna del conocimiento, para entrar de golpe en la edad adulta.
FIN