“Para sobrevivir como especie, a la larga debemos viajar
hacia las estrellas”. Sin duda alguna, es una gran frase. Se la debemos a
Stephen Hawking, uno de los mejores científicos de la historia. La humanidad,
tenía que abandonar la Tierra y el siguiente paso, era el espacio. Me pregunto,
qué diría ahora Hawking, ya que salir a colonizar nuestro sistema solar, fue lo
que precipitó la aparición de los Orloks.
—¡Eh! ¿Me
oís? Tengo hambre —Golpeé con la bandeja vacía de la comida, contra la puerta
metálica de la celda.
Al cabo de
unos instantes, se abrió una pequeña trampilla en la pared trasera, con otra
bandeja de comida, llena a rebosar. Afortunadamente, estos sucios alienígenas,
no me quieren matar de hambre. Claro que, la comida no es muy deliciosa. Es una
especie de espaguetis, excesivamente cocidos, blandos e insípidos, aderezados
con un líquido de color negro, que tiene cierto regusto a mentol. Al final, he
terminado por acostumbrarme.
Todo empezó
después de estrenar la quinta base marciana.
La verdad es que no nos iba mal del todo. No se podía decir, que los
asentamientos fuesen autónomos, pero ya producíamos la suficiente energía para
cubrir nuestras necesidades, y en los invernaderos, las primeras verduras
crecían extraordinariamente bien. En el séptimo año de colonización, un equipo
de exploración encontró una cueva, al pie del Valles Marineris. En su interior,
hallaron restos de una antigua civilización. Objetos tecnológicos, cuyo uso no
podíamos ni imaginar, aparecían semi enterrados en el polvo marciano que
conseguía entrar, gracias a las tormentas. Rápidamente, se formó un equipo para
investigar estas reliquias, formado por el astrofísico Simon Wiesner; la Dra.
Sanabria, bióloga; y para la parte de ingeniería electrónica, me incluyeron a
mí, Mark Tandus.
Las
investigaciones fueron, siendo sincero, bastante mal. No nos llevábamos bien
entre nosotros, y eso, al final, repercutía en el desarrollo de nuestro
trabajo. Supongo, que todos queríamos ser la primera persona en descubrir algo
importante, y pasar así, de ser unos científicos anónimos, a entrar en los
libros de historia. También, he de decir en nuestro favor, que no contamos con
mucho tiempo para estudiar estos artefactos. En la tercera semana, mientras
manipulaba uno de estos dispositivos, se activó, proyectando unas ondas de
radio tremendamente potentes. Al cabo de siete días, aparecieron los Orloks.
Les llamamos
así, por la semejanza con el personaje creado aparecido en la película de F. W.
Murnau, Nosferatu, e interpretado por Max Schreck. Una raza humanoide, calva,
con largos y desproporcionados brazos, y con los característicos dos colmillos
en la parte superior de su dentadura, solo les faltaba disponer de unas
pobladas cejas y vestir sobriamente para semejarse por completo, al vampiro.
Aunque, en honor a la verdad, no se alimentan de sangre humana, al menos, que
sepamos. De hecho, desconocemos su alimentación. Sobre lo que no hay duda, es
de que es una especie inteligente, algo obvio, ya que dominan el viaje
interestelar, no como nosotros, que estamos limitados a una pequeña parte de
nuestro sistema solar.
Una gran
nave en forma de puro apareció en los cielos de Nueva York, justo encima de la
sede de la ONU. Minutos más tarde, gracias a una pequeña nave lanzadera, se
presentó una pequeña comitiva compuesta por cuatro de estos seres. El revuelo
que se formó, fue excepcional. De inmediato, se improvisó un grupo diplomático
que nos representase a los humanos. Las televisiones de todo el planeta
conectaron en directo, para el momento en que, por primera vez en la historia,
iniciáramos un contacto con otros seres inteligentes, venidos de otra parte del
universo. La doctora Anne de Rohs, una de las diplomáticas seleccionadas para
el apresurado encuentro, era especialista en lingüística. Fue la encargada en
hablar con estos seres, y mediante gestos, hacerles pasar al interior del
edificio.
En cuanto
llegaron a una pequeña sala de conferencias, abarrotada de medios de
comunicación, la doctora Rohs, comenzó su discurso de bienvenida. Otra muestra
de la inteligencia de estos seres extraterrestres, es la habilidad comunicativa
de la que hicieron gala, interrumpiendo la alocución de la doctora, y
expresando en un perfecto inglés, los motivos de su visita: necesitaban mano de
obra para trabajos en su planeta de origen. Así, sin más, sin nada a cambio. La
humanidad tenía veinticuatro horas para rendirse y, ofrecerles un millón de
seres humanos, al menos, para empezar. De lo contrario, empezarían arrasando
nuestras colonias en Marte y en la Luna, para, después, llevar la guerra hasta
la Tierra. El mutismo que se produjo a continuación fue sobrecogedor. Hasta que
un miembro del séquito terrestre, coronel del ejército norteamericano, rompió
aquel silencio con un estruendoso disparo, en la cabeza del extraterrestre que
hacía unos segundos, nos había lanzado aquel ultimátum.
Al cabo de
unos días, una gran flota arribó a nuestro sistema. Lógicamente, cumplieron sus
amenazas. La humanidad había vuelto a la cuna de la civilización, otra vez,
estábamos constreñidos a nuestro planeta, ya que perdimos todas las colonias.
Debo decir, que solo mataron a una pequeña minoría, la justa para hacerse con
el control. Después nos llevaron presos a sus naves. Desconozco cuanto tiempo
hace de estos hechos. Estoy solo en esta celda, y no sé qué ha sido de mis
congéneres. Supongo, que sigo de viaje con destino a la esclavitud.
Algo ha
sucedido. Las luces que yo creía sempiternas, se apagaron. Al cabo de un rato,
la celda se iluminó en rojo. Debe ser el color universal de algo que no va
bien. La puerta de la celda, se abrió.
—Humano,
debes acompañarme, —el Orlok tomó mi muñeca, y me puso una especie de esposas
de energía, y rodeó la suya en el otro extremo— la nave va a estrellarse.
—¿Y si me
niego?— Todavía conservaba algo de orgullo.
—Entonces
morirás sin remedio—. Contestó.
—De acuerdo.
¿A dónde vamos?
El Orlok me
arrastró sin dar más explicaciones, y salimos a un corredor oscuro, donde por
lo poco que pude ver, el caos imperaba. Humanos libres de sus celdas corrían
sin un destino concreto. Algunos Orloks trataban de detenerlos, y otros
simplemente huían hacia el extremo del corredor. Nosotros fuimos en esa
dirección. Cuando abandonamos la zona de las celdas, me dejé llevar hacia una
zona atestada de estos alienígenas, que, de igual modo, llevaban a otros
compatriotas terrestres. A empujones y de malas maneras, mi captor consiguió
llegar hasta la primera fila. Entró en una pequeña estancia y tiró de mí con
tal violencia, que casi me arranca el brazo. Al instante, pulsó un botón y se
cerró el compartimento. Nos sentamos y del techo descendió una especie de red
que nos apretó contra los asientos, impidiendo nuestro movimiento. Al cabo de
un segundo, noté unas fuertes vibraciones. ¡Estábamos en una cápsula de escape!
Nos
estrellamos en la superficie de un planeta al cabo de unas horas de viaje.
Afortunadamente, la red fue suficiente protección para el impacto. Salimos al
exterior, y el Orlok, que hasta ahora se había mostrado sereno, se puso a
emitir unos extraños gimoteos. Consultaba un panel incrustado en la manga de la
armadura.
—¿Qué
ocurre?— Pregunté.
—No sé qué
planeta es este. Es desconocido para mí.
—Pero...
¿Cómo es posible?
—Hubo una
explosión a bordo, desconozco el motivo o la causa. Andando —y dio un fuerte
tirón que me impulsó a ponerme en marcha.
Caminamos
sobre un manto de vegetación de color rojizo, de una textura similar al
algodón. Las gotas de rocío mojaban levemente mis pies, ofreciéndome una
sensación de frescor al caminar. Olía a una mezcla de ozono y pino, algo
curioso, ya que no se divisaba árbol alguno. El paisaje extraterrestre se
encontraba en penumbra, pues se divisaba un sol en retirada, casi en la línea del
horizonte. A unos pocos kilómetros, la planicie se interrumpía drásticamente
por culpa de una cadena montañosa. La montaña más cercana, tenía unas
escarpadas laderas, de ascenso muy complicado. Por suerte, en la parte inferior
encontramos unas cuevas. Nos adentramos en una de ellas, y el Orlok iluminó el
interior gracias a un dispositivo de su traje. Era muy pequeña, aunque para
resguardarnos los dos, había espacio más que de sobras. Las paredes estaban
decoradas con una especie de glifos, en una gama de colores terrosos. Eso nos
indicó que en algún momento había estado ocupada.
—¿Puedes
quitarme esto? —Dije señalando las esposas de energía—. No voy a escapar, aquí
no parece que haya a dónde ir, ¿no crees?
El Orlok
asintió con la cabeza, después de observarme por un largo tiempo, como
estudiando la situación. Me rasgué la camiseta para obtener una tira de tela,
con la que envolví mi muñeca adolorida. Como me sentía terriblemente cansado,
me estiré como pude en el duro suelo de roca, y me dormí.
Me desperté
con un sobresalto, al notar la apestosa mano del Orlok tapándome la boca.
—No hagas
ruido —susurró.
—¿Pero qué
diablos...?
Varias
figuras no muy estilizadas aparecieron en la entrada de la cueva. Se acercaron
directamente hacia nosotros, y el Orlok abrió fuego con su arma. Los
proyectiles impactaron directamente en el torso del ser que estaba más cerca de
nosotros, pero no le ocasionaron herida alguna. Eran seres de gran altura y de
complexión fuerte. Eran bípedos y de aspecto humanoide, pues disponían de dos
largas piernas y de dos fuertes brazos, terminados en unas manos de siete
dedos. Despedían un fuerte olor animal, ocre y sucio. Estaban completamente
cubiertos de un pelo grueso, negro a franjas anaranjadas. De un manotazo
desarmaron al Orlok y, utilizando unas rudimentarias cuerdas, nos hicieron
prisioneros.
Nos
obligaron a marchar durante toda la mañana, sin permitirnos descansar. A
primera hora de la tarde, arribamos a un bosque. Caminamos durante un par de
horas, hasta que llegamos a un poblado. De la parte trasera de la villa, nos
llegaba un rumor de agua. Estaba sediento, y hubiese dado la mitad de los años
que me restaban de vida, por beberme un buen vaso. Nos metieron en una jaula
hecha de gruesos troncos, y afortunadamente, nos dieron de beber. Una especie
de vaso de arcilla, contenía un líquido turbio, pero que no dudé y lo bebí con
avidez. El Orlok, accionó un dispositivo del traje, de la parte pectoral
derecha, salió un fino láser de color azul, con el que trató de cortar los
troncos, en un fútil intento de escapar del cautiverio. Uno de estos seres se
apercibió de las intenciones y entró rápidamente en la jaula y con un fuerte
tirón, arrancó la armadura de combate, dejando a mi ex captor completamente
desnudo. Lanzó la armadura fuera, y nos dio un manotazo a cada uno, dejándonos
algo aturdidos en el suelo de la prisión.
Al día
siguiente, una suave brisa refrescaba el ambiente del día que recién se
iniciaba. Del centro del poblado, una columna de humo negro ascendía hacia el
cielo, y perfumaba el aire con el olor a madera. Me hizo recordar mi niñez, en
las cálidas noches de invierno, sentando enfrente de la chimenea, leyendo
cómics de aventuras. Mi compañero de cautiverio, despertó de mal humor, y no
tenía muchas ganas de conversación. Pero había algo que me reconcomía en mi
interior, y necesitaba poner algo de luz en esa cuestión.
—Necesito
saber una cosa —le miré fijamente, tratando de no mostrar la repulsión que me
producía su cara—. ¿Por qué me salvaste? En medio del caos que reinaba en la
nave, pude ver, además, como algunos de los tuyos salvaban a mis congéneres, al
igual que hiciste tú. ¿Por qué salvar antes a un humano, que a uno de vosotros?
—Déjame en
paz —se dio la vuelta y se sumió en un mutismo durante gran parte del día.
En la tarde,
unas oscuras nubes aparecieron por el oeste, y poco a poco avanzaban hacia
nuestra posición. Con ellas llegó un viento húmedo, que provocaba pequeños
remolinos de arena en la plaza. Había cierta agitación en el poblado. Por todas
partes corrían estos peludos y grandes seres, portando grandes lonas de piel.
Desde la celda, observé que levantaban una rudimentaria carpa, utilizando
largos postes a los que previamente habían unido los toldos. Supuse que estaban
siendo previsores, por si las nubes finalmente descargaban lluvia. Esperaba que
al menos una de las lonas fuese para tapar la jaula, pues como se pusiera a
llover, quedaríamos completamente empapados. Pero no fue así, a estos
primitivos seres, les daba completamente igual nuestra situación. No nos dieron
nada de comer, y cuando empezó a anochecer, nos acercaron un cubo con aquella
agua mugrienta. No me lo pensé y me puse a saciar mi sed. El Orlok continuaba
sin hablar, sentado con la espalda apoyada en los barrotes de la parte trasera
de la jaula.
—Bebe un
poco, —le acerqué un pequeño cuenco con agua— te sentará bien.
De mala
gana, el extraterrestre aceptó el ofrecimiento.
—¿Qué crees
que nos ocurrirá? —Preguntó.
—No lo sé,
aunque dudo que nos dejen libres, al menos por el momento.
—No puedo
comunicarme con ellos, y eso me hace sentir... fracasado, como diríais los
humanos.
—No he visto
que conversen entre ellos.
—Por eso,
son tan primitivos, que aún no tienen un lenguaje. Su comunicación es a base de
gruñidos.
—Tengamos
paciencia. Puede que, más adelante, tengamos alguna oportunidad de escapar —comenté.
Esas fueron
las últimas palabras que crucé con el Orlok antes de echarme a dormir.
Al día
siguiente, el día amaneció con un cielo sucio y gris. Al menos el viento había
cesado, y por fortuna, finalmente no llovió. De nuevo hubo agitación en el
poblado. Retiraron la improvisada carpa, permitiendo que el humo retornase a su
forma habitual de columna. El aire estaba impregnado con la fragancia de la
madera quemada. Mi compañero de celda no tardó en despertar. Supongo que el
cautiverio favorece el insomnio. Estaba muy nervioso, pues estaba sudando. Todo
él estaba cubierto por una pátina de color naranja brillante, y despedía un
olor realmente apestoso. Debía ser la última hora de la mañana, cuando en la
puerta aparecieron cuatro de estos seres. Abrieron y nos ataron de pies y
manos. Una cuerda ceñida al cuello, servía para hacernos avanzar. Caminamos
entre chozas y lo que parecían pequeños almacenes, y llegamos al centro del
poblado. El Orlok se dio la vuelta e inútilmente trató de echar a correr. El
gran peludo se limitó a dar un fuerte tirón de la cuerda, y mi compañero cayó
estrepitosamente de espadas. Yo todavía estaba demasiado impactado como para
hacer algo. En el centro de la plaza, había dos braseros enormes, y por fin,
quedaron despejadas las intenciones de estos primarios humanoides. Nos ataron a
un poste y nos pusieron encima de estos hornillos.
De
inmediato, empecé a sentir como el calor me iba abrasando la espalda. Me giré
para observar la cara de horror del Orlok.
—¡Eh! —Le
grité para llamar su atención—. Ahora que nuestro destino está fijado, y
además, lo vamos a compartir, contéstame: ¿Por qué me salvaste en la nave?
Alguna razón habría para que salvaseis a humanos en vez de a los de vuestra
especie.
—Despensa.
—¿Cómo
dices? —No entendí muy bien.
—Comida.
Eras mi despensa.
—Pero...
—Nosotros no
necesitamos mano de obra. Lo único que escasea en nuestro planeta, es la
comida: sois nuestro alimento.
Dicho esto,
empezó a gritar de forma horrible, pues las brasas ya le estaban quemando la
espalda. Al escuchar los alaridos, uno de los primitivos se acercó a él, y con
un rudimentario garrote, le golpeó fuertemente en la cabeza. Desconozco si lo
mató, o si solo le dejó sin sentido. Sea como fuere, al cabo de poco tiempo,
fui yo el que empezó a quemarse. Noté que mis ligaduras me permitían cierto
movimiento. Miré a mi alrededor, y nadie me prestaba atención. Así, que
comprobé hasta donde podía moverme, conteniendo el dolor palpitante de la
espalda. Agarré el poste horizontal con las manos, y con un brusco movimiento
rotando todo mi cuerpo, conseguí sacarlo de los palos que lo sostenían, cayendo
de lado en las brasas. No solo me quemé al instante, también las cuerdas
ardieron y me permitieron liberarme. Eché a correr como jamás lo había hecho,
sin prestar atención alguna al dolor de las plantas de los pies, que estaban
llenos de ampollas, al igual que buena parte de mi costado derecho. Ya tendría
tiempo de curarlas, si conseguía salir con vida. Me faltaban cincuenta metros
para salir del poblado y adentrarme en el bosque, cuando escuché una algarabía
de gruñidos detrás de mí. No me giré y seguí corriendo tratando de poner la
mayor distancia posible entre mis perseguidores. Estaba a punto de llegar al
bosque cuando apareció en el cielo una lanzadera Orlok. De inmediato se
pusieron a disparar contra los seres primitivos, que no tuvieron ninguna oportunidad.
Fue una auténtica carnicería. Una vez despejaron el campamento, la lanzadera se
posó con suavidad, levantando una leve polvareda. Supuse que la armadura de
combate tenía algún tipo de localizador.
En décimas
de segundo debía tomar una decisión: huir adentrándome en el bosque, sin saber
si sería capaz de sobrevivir en este mundo alienígena, o someterme de nuevo al
cautiverio, sabiendo cuál sería el destino que me esperaba, y no era otro que
el mismo del cual acababa de escapar. Varios Orloks saltaban ya a tierra, con
sus armas preparadas. Me di la vuelta y en el momento en el que eché a correr,
sentí un fuerte latigazo en mi maltratada espalda, que me hizo caer de bruces.
Traté de levantarme, pero mi cuerpo no respondía a las órdenes que le enviaba
mi cerebro. Un Orlok me levantó y desconectó el lazo paralizante, con el que
había frustrado mi escapada. Me puso unas esposas de energía, y mientras que un
compañero suyo, rescataba el cadáver de mi camarada de confinamiento, me subió
a la lanzadera.
He perdido
algo más que la noción del tiempo. Me he negado a comer nada, y debo haber
bajado más de quince kilos. Si van a darse un banquete conmigo, espero que,
para entonces, solo sea piel y huesos.
FIN La comida sirve para suministrar la energía necesaria a las células del cuerpo y ejercer las funciones de materia prima para el crecimiento, la restauración y el mantenimiento de los tejidos y órganos vitales. Y así será para cualquier tipo de vida que podamos encontrar fuera de nuestro planeta. Será curioso saber, qué es lo que comen otros seres no terrestres. De hecho, estoy seguro de que, para los científicos, será una de sus prioridades. ¿Se alimentarán de hidrocarburos? ¿De otros seres? ¿O tal vez de gases? En 2004, National Geographic entrevistó al físico Stephen Hawking, el cual dijo que un posible contacto con alienígenas "sería un desastre". ¿Y si nos viesen como comida?